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24 de agosto de 2015

Jorge Luis Borges "El reloj de arena"


Está bien que se mida con la dura 
Sombra que una columna en el estío 
Arroja o con el agua de aquel río 
En que Heráclito vio nuestra locura 

El tiempo, ya que al tiempo y al destino 
Se parecen los dos: la imponderable 
Sombra diurna y el curso irrevocable 
Del agua que prosigue su camino. 

Está bien, pero el tiempo en los desiertos 
Otra substancia halló, suave y pesada, 
Que parece haber sido imaginada 
Para medir el tiempo de los muertos. 

Surge así el alegórico instrumento 
De los grabados de los diccionarios, 
La pieza que los grises anticuarios 
Relegarán al mundo ceniciento 

Del alfil desparejo, de la espada 
Inerme, del borroso telescopio, 
Del sándalo mordido por el opio 
Del polvo, del azar y de la nada. 

¿Quién no se ha demorado ante el severo 
Y tétrico instrumento que acompaña 
En la diestra del dios a la guadaña 
Y cuyas líneas repitió Durero? 

Por el ápice abierto el cono inverso 
Deja caer la cautelosa arena, 
Oro gradual que se desprende y llena 
El cóncavo cristal de su universo. 

Hay un agrado en observar la arcana 
Arena que resbala y que declina 
Y, a punto de caer, se arremolina 
Con una prisa que es del todo humana. 

La arena de los ciclos es la misma 
E infinita es la historia de la arena; 
Así, bajo tus dichas o tu pena, 
La invulnerable eternidad se abisma. 

No se detiene nunca la caída 
Yo me desangro, no el cristal. El rito 
De decantar la arena es infinito 
Y con la arena se nos va la vida. 

En los minutos de la arena creo 
Sentir el tiempo cósmico: la historia 
Que encierra en sus espejos la memoria 
O que ha disuelto el mágico Leteo. 

El pilar de humo y el pilar de fuego, 
Cartago y Roma y su apretada guerra, 
Simón Mago, los siete pies de tierra 
Que el rey sajón ofrece al rey noruego, 

Todo lo arrastra y pierde este incansable 
Hilo sutil de arena numerosa. 
No he de salvarme yo, fortuita cosa 
De tiempo, que es materia deleznable.

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